Documentar “bien” en un barrio cerrado

Por el Arq. Gustavo Di Costa
Editor de Revista ENTREPLANOS

 

Un proyecto bien documentado es aquel que permite ser ejecutado por su autor o cualquier profesional competente en la materia. Frecuentemente, los límites entre sus etapas se encuentran marcadas por el ritmo del comitente, pero nunca deben dejar de ser guiadas por el profesional, a fin de evitar retrasos, grandes correcciones “sobre la marcha” y pérdidas considerables de tiempo y dinero. También, resulta fundamental para el profesional, estudiar las ventajas y desventajas -legales y prácticas- de abordar un proyecto, analizando con antelación las pautas a las cuales deberá adaptarse, sin caer en burocracias que pongan en riesgo su carácter como profesional. El conocimiento previo del cliente, facilita muchas de las decisiones sobre cuestiones estéticas y funcionales del proyecto. Retiros, paletas cromáticas y de materialidad, alturas, ubicación de ciertos elementos para que sean “invisibles”, muchas veces, convierte al proyecto en un verdadero desafío, obligando al proceso en un ir y venir de correcciones y cambios que no siempre implican mejoras.

La autoría del proyecto, cuando uno recorre urbanizaciones privadas, muchas veces se ve cuestionada por la innegable similitud entre las propiedades. Sin ir más lejos, antes de la colocación de los revestimientos, podría predecir que cualquier vivienda terminaría pareciéndose mucho a sus vecinas. Serán entonces materias a revisar el plagio, voluntario o no, fomentado por el cliente que muchas veces quiere “aquella casa, pero mejor” o por el profesional limitado ante las directivas aplicadas sobre el lote..

Quizá, como un recuerdo a la época del Art-decó en Buenos Aires, donde cada edificio respetaba los lineamientos de las grandes avenidas, pero dando sus toques distintivos, el desafío en este tipo de proyectos radique en apuntar la mirada sobre lo que realmente hace la diferencia, y eso es, la completitud del proyecto, la prolijidad del anteproyecto y la dedicación sobre los croquis -o renders- donde  se estima el más puro espíritu de todo el proceso.

Dice Morató en su ensayo “La nueva sociología de las artes: Una perspectiva hispanohablante y global”: “[…] el croquis a mano del arquitecto no constituye el punto de partida del proceso, sino que es un momento más”. La realización del croquis no apunta a capturar un momento de inspiración originario, […] sino que es una forma de firmar la entrega, de señalarle al jurado que no se trata de un proyecto más de vviienda, sino de uno al que se le dedicó atención especial.” (2017)

El croquis indica que el arquitecto no sólo visitó el lugar, sino que además “pensó con el croquis”. Al “croquear”, uno no ilustra, sino que permanece obligado a pensar, a ponerse en el lugar. Lo relevante no es que el croquis se haga al comienzo, a la mitad o al final del proceso de diseño, sino destacar la capacidad del mismo para poner en evidencia la necesidad de tomar ciertas decisiones. El croquis no miente. Esa inmediatez del esquicio funciona como un elemento más de prueba de la necesidad y evidencia del diseño propuesto.

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Alejandra



Auspician Entreplanos




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